Edith Piaf |
En mi quinto día en la ciudad decidí
visitar el famoso cementerio donde descansan algunas celebridades. A decir
verdad, no me gustan estos lugares porque tengo una relación
angustiante con la muerte. Sin embargo, impulsada por el mood turístico tomé el metro y me dirigí hacia él.
En
el mapa del folleto informativo el recorrido empezaba por la tumba de
Chopin. Cuando llegué a ella, a la izquierda del nicho estaba un chico
francés escribiendo en una libreta de cuadritos. Como quería dejar
constancia de haber estado junto al polvo del compositor, lo interrumpí
para pedirle que me hiciera una foto con la konica barata que me
acompañaba en esos días.
Me
tomó la fotografía y me preguntó algo en francés, no hablo francés,
entonces chapuceó "where are you from?" La frase mágica para hacer amigos
cuando andaba de mochilera por este continente. Le contesté y descubrimos que con nuestro inglés precario nos entendíamos.
Se
ofreció con amabilidad a hacerme un tour por el camposanto. Acepté con
cierto reparo. Mientras
caminábamos bajo los árboles tristes que cobijan los sepulcros, me dijo
que era escritor e iba a diario a escribir allí porque era su lugar
para inspirarse. Su confesión me inquietó un poco. Me condujo a la tumba de Miguel Ángel Asturias moviéndose
con rapidez y cogiendo atajos entre la maraña de muertos como si hubiera
nacido en el sitio. Luego fuimos a la de Edif Piaf y me contó que sus
fans cuidan la lápida, pero en particular hay una señora mayor que va a
diario a limpiarla mientras canta sus canciones.
Visitamos
también la de Jim Morrinson. La única con cámara de vigilancia por los
jaleos que se montan -dijo. Porros, revistas eróticas, latas de
cerveza, cigarrillos, ramos de flores vivas y secas yacen junto al
cantante. Me emocioné, Morrinson siempre me ha parecido el hombre más
sexy del rock. Come on baby light my fire sonó en mi interior.
Después
me llevó a la de Oscar Wilde. ¡Oh, Oscar como te quieren! Cientos de
besos pintados están estampados en la escultura del sepulcro. El ritual,
según el joven escritor es darle besos de labial rojo a la tumba.
Estuvimos en muchas más, la de Max Ernst, Rossini, Callas, Proust... en cada una me contaba algún detalle.
Nos
despedimos en la puerta del cementerio. Me apuntó su dirección de email
en mi libreta. Nunca le escribí. En estos días la busqué y creo que la perdí en una mudanza. No logro
recordar su nombre para "googlearlo". Recuerdo su tez pálida y
sus ojos azules poco terrenales.
A veces pienso en esta historia y me recuerda a las leyendas urbanas donde la gente sale con un muerto.
Me imagino la escena en una librería de París:
-Busco el libro del escritor Pierre Laurent (nombre ficticio), lo conocí en el año 2000 en el cementerio mientras lo escribía.
-¿Ah, sí?, ¿cómo? pero es que él murió en 1960.
- ¿Quééé? 😦
Fantôme ou pas, c'est Halloween.